El Directorio general para la catequesis y los Directorios locales
Ecclesia, XVII, n. 1, 2003 -pp. 15-28
Card. Darío Castrillón Hoyos
Prefecto de la Congregación para el Clero
Al celebrarse el quinto aniversario de publicación de la edición renovada del Directorio General para la Catequesis, editado por la Congregación para el Clero, considero útil una reflexión sobre sus contenidos, para que se logre que los Directorios locales –cuya necesaria redacción se confía a la responsabilidad de las Iglesias particulares– queden sensibilizados al respecto. De hecho el paso del Directorio General a los Directorios locales podría comportar el riesgo de atribuir a la inculturación y al lenguaje una importancia superior a la misma indicación de fondo del Directorio, que cabría sintetizar en las dos siguientes afirmaciones:
Card. Darío Castrillón Hoyos
Prefecto de la Congregación para el Clero
Al celebrarse el quinto aniversario de publicación de la edición renovada del Directorio General para la Catequesis, editado por la Congregación para el Clero, considero útil una reflexión sobre sus contenidos, para que se logre que los Directorios locales –cuya necesaria redacción se confía a la responsabilidad de las Iglesias particulares– queden sensibilizados al respecto. De hecho el paso del Directorio General a los Directorios locales podría comportar el riesgo de atribuir a la inculturación y al lenguaje una importancia superior a la misma indicación de fondo del Directorio, que cabría sintetizar en las dos siguientes afirmaciones:
(1) La catequesis es anuncio de Jesucristo, de su revelación y de su misterio salvífico: trama cristológica o cristocentrismo trinitario (cf CT);
(2) La catequesis es experiencia de conversión, de secuela y de comunión con Jesús: tiene por tanto una connotación “espiritual”.
De aquí derivan dos importantes consecuencias para las necesarias redacciones de los Directorios locales:
(1) Sistematicidad e integridad de la catequesis católica (cf CCC);
(2) Significatividad y experiencia de comunión con Jesús (ésta es una originalidad del DGC).
Esto lleva consigo un esfuerzo formativo con el fin de lograr que los catequistas sean no sólo comunicadores de la recta doctrina –y esto es algo absolutamente fundamental y nunca suficientemente reafirmado–, sino también –y no es menos importante– testigos y maestros de vida espiritual. Se trata de una indicación de grande importancia.
1. Una valiosa trama cristológica
En el nuevo Directorio General para la Catequesis (DGC), del año 1997, la persona y la obra de nuestro Señor y único Salvador Jesucristo asumen un relieve muy particular. Las cinco partes del Directorio, en efecto, están atravesadas por una innegable trama cristológica, que da unidad, solidez y vitalidad a las indicaciones catequísticas.
Esta extraordinaria concentración cristológica está enunciada como tesis ya desde la Exposición introductoria, donde se afirma: «Respecto a la finalidad de la catequesis, que mira a promover la comunión con Jesucristo, es necesaria una presentación más equilibrada de toda la verdad del misterio de Cristo» (DGC n. 30). La catequesis de hecho está llamada a «anunciar los misterios esenciales del cristianismo, promoviendo la experiencia trinitaria de la vida en Cristo como centro de la vida de fe» (DGC n. 33). Más aún: «Es tarea propia de la catequesis mostrar quién es Jesucristo: su vida y su misterio, y presentar la fe cristiana como seguimiento de su Persona» (DGC n. 41). Como el texto del 1971, también este Directorio ofrece principios, criterios, orientaciones para una catequesis eclesial contemporánea, actualizada y dinámica.
Quiero ahora ofrecer una lectura transversal del documento, para evidenciar el sólido tejido cristológico, que constituye su característica más relevante y que debería establecer un puente de relación entre el Directorio General y los Directorios locales.
2. Jesús plenitud de la revelación, fuente primaria de la catequesis eclesial
En la primera parte, dedicada a la catequesis en la misión evangelizadora de la Iglesia, se resalta que, siendo la revelación «el acto mediante el cual Dios se manifiesta personalmente a los hombres» (DGC n. 36), se realiza «plenamente en Jesucristo» (DGC n. 40). La pedagogía reveladora de Dios, mediante acontecimientos, palabras, épocas y eventos históricos (cf DGC nn. 38 - 39), halla su cumplimiento y su plenitud en «Jesucristo, mediador y plenitud de la Revelación» (DGC n. 40).
La afirmación se justifica por el hecho de que Jesucristo no es sólo el más grande de los profetas, sino que es el Hijo eterno de Dios hecho hombre: por esto «con toda su presencia y con la manifestación de Sí mismo, con las palabras y con las obras, con los signos y los milagros, y especialmente con su muerte y su gloriosa resurrección de entre los muertos, y finalmente con el envío del Espíritu de verdad, lleva a cabo y completa la revelación» (DGC n. 40, citando DV n. 4). Jesús es «la Palabra única, perfecta y definitiva del Padre» (DGC n. 40) y por tanto «plenitud de revelación» (DGC n. 41).
En una breve nota el Directorio completa la fundamentación teológica con una pertinente consideración tomada de san Juan de la Cruz: «(Dios) nos ha dicho todo de una sola vez en esta su Palabra» (Subida al Monte Carmelo, 2, 22). El gran místico español, uniendo a la precisión teológica una prodigiosa intuición de actualidad, afirmaba: «En efecto, dándonos a su Hijo, que es su Palabra, la única que Él pronuncia, en ella nos ha dado todo de una sola vez y no tiene ya nada que manifestar» (ib. 2, 22, 3). Es decir, Dios «dándonos todo, o sea su Hijo, nos ha dado en Él todo lo que en parte había manifestado antiguamente a los profetas» (ib. 2, 22, 4).
3. Revelación cristológica y revelaciones
La insistencia del Directorio en subrayar en varios momentos el hecho de Jesucristo, plenitud y cumplimiento único de la automanifestación de Dios a la humanidad, se funda en una justificación muy precisa. Tiene por objeto preservar la catequesis católica de la contestación a la unicidad y a la universalidad reveladora y salvífica del misterio de Cristo, muy presente en nuestros días sobre todo en algunas zonas y en algunos autores de la teología de las religiones. En la laudable voluntad de salir al encuentro de la urgencia de la inculturación y del diálogo religioso, no falta quien pone al lado de la Revelación bíblica fundante del cristianismo otras tradiciones consideradas, incluso de iure igualmente válidas. Véase, por ejemplo, cuanto afirma Felix Wilfred sobre la revelación de Dios en las escrituras hinduistas: «Si Dios se manifiesta en y a través las experiencias religiosas e históricas indianas, como lo piensa la mayor parte de los teólogos indianos, entonces las
tradiciones y las experiencias son las vías concretas mediante las cuales el pueblo en este país puede experimentar y comprender lo que Dios ha revelado en Jesucristo» (Beyond Settled Foundations. The Journey of Indian Theology, Department of Christian Studies, University of Madras 1993, p. 243). Su conclusión es, por tanto, que, existiendo de hecho otras tradiciones religiosas que contendrían la revelación de Dios, habría que abrirse a una teología “integral” en la que la revelación cristiana sería sólo una parte, no el todo.
Aunque desde una perspectiva diversa, las mismas conclusiones parecen emerger de la reflexión teológica de Jacques Dupuis. Después de haber reafirmado que Jesús es la Palabra de Dios, afirma repetidamente que «esta revelación es, sin embargo, limitada, incompleta e imperfecta» (Verso una teologia del pluralismo religioso, Queriniana, Brescia 1997, p. 367; cf también 337338). La revelación de Jesús sería «progresiva», «diferenciada» y «complementaria» a la de otras religiones (Ib., 340-341), por el hecho de que la conciencia humana de Jesús habría sido limitada y no podría agotar la plenitud divina (cf ib., 337.367.439).
Para ayudar a la correcta redacción de los Directorios locales, me parece obligado ofrecer algunas indicaciones de respuesta a tales posiciones ruinosas. Que el lenguaje humano no pueda agotar el misterio de Dios, no implica que en el lenguaje humano de Jesús no se revele la totalidad de Dios en términos humanos. En Jesús se revela la totalidad del misterio divino, porque el sujeto revelante es el Verbo que, con lenguaje humano, expresa sea todo lo que el Padre ha establecido deba ser revelado, sea todo lo que a la humanidad es posible captar y expresar en lenguaje personal. La verdad de Dios no queda abolida ni reducida por ser dicha en lenguaje humano. La verdad única sobre Dios es avalada más por el hecho de que quien habla es el Hijo de Dios encarnado que por el lenguaje humano en que se expresa. Por esto, Jesús es el único y pleno revelador del Padre. Por esto, «no hay que esperar ninguna otra revelación pública» (DV n. 4). Por tanto, rechazando intencionalmente una cierta teología reductiva, que inevitablemente después desemboca en la catequesis, el Directorio, desde el inicio, advierte: «No falta un cierto número de bautizados que, sin embargo, ocultan su identidad cristiana… a causa de una malentendida forma de diálogo interreligioso» (DGC n. 26).
Se propone consiguientemente como columna central de la catequesis católica la completez, la centralidad y la universalidad salvífica de la revelación cristiana: «El hecho de que Jesús sea la plenitud de la revelación es el fundamento del “cristocentrismo” de la catequesis: el misterio de Cristo, en el mensaje revelado, no es un elemento más junto a otros, sino el centro a partir del cual todos los otros elementos se jerarquizan y se iluminan» (DGC n. 41). La Revelación de Dios, culminada en Jesucristo, está destinada a toda la humanidad: «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2,4). En virtud de esta voluntad salvífica universal, «Dios ha dispuesto que la Revelación se transmita a todos los pueblos, a todas las generaciones y permanezca íntegra para siempre» (DGC n. 42).
4. Catequesis como pedagogía de conversión a Jesús
En el intento de delinear más ampliamente la naturaleza de la catequesis, el Directorio abre un horizonte rico en perspectivas existenciales. La catequesis no es sólo transmisión de proposiciones verdaderas, metodología o adaptación lingüística, sino educación del bautizado a vivir de fe, o sea, a decir “sí” a Jesús: «Este “sí” a Jesucristo, plenitud de la revelación del Padre, encierra una doble dimensión: el abandono confiado en Dios y el asentimiento amoroso a todo lo que Él nos ha revelado» (DGC n. 54). Creer en efecto hace una doble referencia, a la persona y a la verdad, por la confianza que se otorga a la persona que la afirma: «Encontrando a Jesucristo y adhiriéndose a Él, el ser humano ve colmadas todas sus aspiraciones más profundas; encuentra lo que siempre ha buscado y lo encuentra en modo sobreabundante» (DGC n. 55).
Esta entrega a Jesús en la fe implica convertirse a Él, vivir en su seguimiento, en comunión y en intimidad con Él: «La fe cristiana es, ante todo, conversión a Jesucristo, adhesión plena y sincera a la persona y decisión de caminar en su seguimiento. La fe es un encuentro personal con Jesucristo, es hacerse su discípulo. Esto exige esfuerzo permanente por pensar como Él, juzgar como Él y vivir como Él ha vivido» (DGC n. 53).
La adhesión a Jesucristo da paso a un proceso de conversión permanente, que dura toda la vida y que lleva al bautizado a la madurez de la plenitud de Cristo (cf DGC n. 56). Se trata de un itinerario que comporta diversas etapas: «el interés por el Evangelio, la conversión a Jesús, la profesión de fe en Él, el camino hacia la perfección» (DGC no. 57). «El “momento” de la catequesis es el que corresponde al período en que se estructura la conversión a Jesucristo, ofreciendo las bases a esa primera adhesión» (DGC n. 63).
5. Catequesis como educación a la comunión con Jesús
La catequesis está al servicio de la iniciación cristiana, pues los convertidos a Jesucristo, «educados en la fe por medio de la catequesis, al recibir los sacramentos de la iniciación cristiana: el bautismo, la confirmación y la eucaristía, son “liberados del poder de las tinieblas”…» (DGC n. 65). «La catequesis auténtica es siempre iniciación ordenada y sistemática a la revelación que Dios ha hecho de sí mismo al hombre en Cristo Jesús, revelación custodiada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras, y constantemente comunicada, mediante una traditio viviente y activa, de una generación a otra» (DGC n. 66, citando a la letra CT n. 22). Por esto, la catequesis de iniciación es «la profundización vital, orgánica del misterio de Cristo», que «favorece un auténtico seguimiento de Cristo, centrado en su Palabra» (DGC n. 67).
La catequesis como acción eclesial (cf DGC n. 78) tiene como finalidad la comunión con Jesucristo. Proponiendo CT n. 5, el Directorio afirma: «El objetivo definitivo de la catequesis es poner a uno, no sólo en contacto con Jesucristo, sino además en comunión, en intimidad con Él» (DGC n. 89). El fin de la catequesis no es sólo transmisión de conocimientos, sino experiencia de crecimiento, de maduración, de desarrollo de la vida en Cristo: Toda la acción evangelizadora va dirigida a favorecer la comunión con Jesucristo. A partir de la conversión “inicial” de una persona al Señor, suscitada por el Espíritu Santo mediante el primer anuncio, la catequesis se propone dar fundamento y hacer madurar esta primera adhesión. Se trata, por tanto, de ayudar a quien apenas se ha convertido a «…conocer mejor a este Jesús, en quien se ha abandonado: conocer su misterio, el reino de Dios que él anuncia, las exigencias y las promesas contenidas en su mensaje evangélico, las vías que él ha trazado para todo el que quiera seguirle. El bautismo, sacramento mediante el cual somos hechos conformes a Cristo, sostiene con su gracia esta acción catequética» (DGC n. 80).
Esta vida en Cristo implica la comunión trinitaria: «La comunión con Jesucristo, por su mismo dinamismo, impulsa al discípulo a unirse con todo aquello a lo que el mismo Jesús estaba profundamente unido: con Dios, su Padre, que lo había enviado al mundo, y con el Espíritu Santo, que le daba el impulso para la misión; con la Iglesia, su cuerpo, por la cual se dio a sí mismo, y con los hombres, sus hermanos, cuya suerte ha querido compartir» (DGC n. 81). De aquí se deduce que la catequesis lleva a la profesión de fe en la Trinidad, único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Es importante que la catequesis sepa unir bien la confesión de fe cristológica, “Jesús es el Señor”, con la confesión trinitaria, «creo en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, pues no son sino dos modos de expresar la misma fe cristiana. Quien se convierte a Jesús mediante el primer anuncio y lo reconoce como Señor inicia un proceso, ayudado por la catequesis, que desemboca necesariamente en la confesión explícita de la Trinidad» (DGC n. 82).
6. Las múltiples tareas de la catequesis
El Directorio resume las principales tareas de esta catequesis, que es sustancialmente cristológico-trinitaria. La catequesis debe ayudar a conocer, celebrar, vivir y contemplar el misterio de Cristo en una dimensión comunitaria y apostólica.
1) Ante todo, debe favorecer el conocimiento de la fe: «La catequesis debe conducir… a comprender progresivamente toda la verdad del proyecto divino, introduciendo a los discípulos de Jesucristo en el conocimiento de la Tradición y de la Escritura, que es la “ciencia sublime de Cristo” (Fil 3, 8)» (DGC n. 85).
2) Debe además animar la educación litúrgica y la celebración de los sacramentos: «En efecto, Cristo está siempre presente en su Iglesia, de modo especial en las acciones litúrgicas. La comunión con Jesucristo conduce a celebrar su presencia salvífica en los sacramentos y, particularmente, en la Eucaristía» (DGC n. 85). Hay también que insistir en la presencia real de Jesús después de la celebración del Sacrificio divino.
3) La catequesis debe hacer madurar y reforzar los hábitos virtuosos del bautizado mediante una coherente e iluminada formación moral: «La conversión a Jesucristo implica caminar en su seguimiento. La catequesis debe, por tanto, transmitir a los discípulos las actitudes propias del Maestro. De esta manera los discípulos emprenden un camino de transformación interior, en el que, participando en el misterio pascual del Señor, pasan del hombre viejo al hombre nuevo en Cristo. El sermón de la Montaña, en el que Jesús retoma el decálogo y le imprime el espíritu de las bienaventuranzas, es un punto de referencia indispensable en la formación moral, hoy tan necesaria» (DGC n. 85). El Directorio define esta formación moral como «esencialmente cristológica y trinitaria» (DGC n. 87). Aquí se abre el vastísimo campo de la educación del bautizado a que viva en armonía la lex credendi y la lex agendi, reconociendo a Jesús como el único Maestro de comportamiento y su doctrina como la luz que ilumina su peregrinación terrena con el esplendor saludable de verdad.
4) La catequesis debe promover la educación a la oración: «La comunión con Jesucristo conduce a los discípulos a asumir una actitud orante y contemplativa como la que tuvo el Maestro. Aprender a orar con Jesús es orar con los mismos sentimientos con los que Él se dirigía al Padre: la adoración, la alabanza, el agradecimiento, la confianza filial, la súplica, la admiración por su gloria» (DGC n. 85). Se recupera así el aspecto contemplativo del ser cristiano, que comporta formación continua y experiencia de fe radical en Dios y en su presencia providente en nuestra existencia y en nuestra humanidad. Es un reclamo imprescindible a una catequesis atenta a esta dimensión orante, que tanto fascina al hombre contemporáneo en busca de interioridad, de silencio, de armonía con la naturaleza, de contacto místico con el Absoluto.
Además de proponer estas finalidades clásicas de la catequesis –véanse, por ejemplo, las cuatro partes en que se divide el Catecismo de la Iglesia Católica– el Directorio añade otras dos finalidades de innegable relieve para la identidad cristiana en el tiempo presente: la educación a la vida comunitaria y a la misión.
5) La catequesis debe educar a la vida comunitaria, siguiendo el ejemplo de Jesús: «La vida cristiana en comunidad no se improvisa y hay que educar a ella con premura. Para este aprendizaje, la enseñanza de Jesús sobre la vida comunitaria, recogida en el evangelio de Mateo, requiere algunas actitudes que la catequesis deberá favorecer: el espíritu de simplicidad y de humildad…, la solicitud por los más pequeños…, la atención especial hacia los que se han alejado de la Iglesia…, la corrección fraterna…, la oración en común…, el perdón mutuo… El amor fraterno unifica todas estas actitudes» (DGC n. 86).
6) La catequesis, finalmente, debe iniciar a la misión: «Las actitudes evangélicas que Jesús sugirió a sus discípulos, cuando los inició a la misión, son las que la catequesis debe alimentar: ir en busca de la oveja perdida; anunciar y sanar al mismo tiempo; presentarse pobre, sin oro ni alforja; saber aceptar el rechazo y la persecución; poner la propia confianza en el Padre y en el apoyo del Espíritu Santo; no esperar otro premio que la alegría de trabajar por el Reino» (DGC n. 86). En correspondencia con la misión se subraya una correcta educación al diálogo interreligioso: «La catequesis mostrará que el lazo de la Iglesia con las religiones no cristianas es, en primer lugar, el del origen común y el del fin común del género humano, al mismo tiempo que el de las múltiples “semillas de la Palabra”, que Dios ha depositado en las religiones. La catequesis ayudará también a saber conciliar y, a la vez, a saber distinguir el “anuncio de Cristo” del “diálogo interreligioso”.
Estos dos elementos, al mismo tiempo que conservan su íntima relación, no se han de confundir ni considerar equivalentes. En efecto, “el diálogo no dispensa de la evangelización” (DGC n. 86). El diálogo es método para la misión y, de ninguna manera, puede confundirse con el fin. Sería la traición del euntes in mundum universum… (Cf Mc 16, 15; Mt 28, 29).
Los cuatro grandes capítulos de toda catequesis –conocer, celebrar, obrar, orar– son completados por la experiencia de la comunión y por el esfuerzo apostólico. Estas dos últimas tareas no son apéndices, sino aportaciones esenciales a la verificación existencial de la conversión continua a Jesús, vivida en la condivisión eclesial y en el testimonio apostólico.
7. El cristocentrismo radical de la catequesis
Con frecuencia el Directorio repite que la catequesis es «eminentemente cristocéntrica» (DGC n. 89, 98). Este cristocentrismo no hace sino proponer la esencia misma de la fe cristiana, que implica el “sí” a Cristo de todo bautizado. Es el cristocentrismo del mensaje evangélico: «Jesucristo no sólo transmite la palabra de Dios: Él “es” la Palabra de Dios. Por eso, la catequesis –toda entera– dice relación a Él. En este sentido, lo que caracteriza el mensaje transmitido por la catequesis es sobre todo el cristocentrismo» (DGC n. 98). Este cristocentrismo tiene un triple significado. Jesús es el centro de la catequesis, el centro de la historia, el único maestro de todo bautizado.
El cristocentrismo, por tanto, se entiende en un triple modo. «Significa, en primer lugar, que en el centro de la catequesis encontramos esencialmente una persona, la de Jesús de Nazaret, Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. En realidad, tarea fundamental de la catequesis es presentar a Cristo: todo lo demás, en referencia a Él. Lo que en definitiva favorece la catequesis es la secuela de Cristo, la comunión con Él: cualquier elemento del mensaje tiende a esto. En segundo lugar, significa que Cristo está “en el centro de la historia de la salvación”, presentada por la catequesis. En efecto, Él es el acontecimiento último hacia el cual converge toda la historia sagrada. Él, venido “en la plenitud del tiempo” (Gal 4,4), es “la llave, el centro y el fin de toda la historia”. El mensaje catequístico ayuda al cristiano a situarse en la historia y a injertarse activamente en ella, mostrando cómo Cristo es el sentido último de esta historia. El cristocentrismo significa finalmente que el mensaje evangélico no proviene del hombre, sino que es palabra de Dios… Por tanto, todo aquello que la catequesis transmite es “la enseñanza de Jesucristo, la verdad que Él comunica o, más exactamente, la Verdad que Él es”. El cristocentrismo obliga a la catequesis a transmitir lo que Jesús enseña sobre Dios, sobre el hombre, sobre la felicidad, sobre la vida moral, sobre la muerte… sin permitirse cambiar en nada su pensamiento» (DGC n. 98).
Este horizonte cristocéntrico comporta una triple atención que la catequesis no puede ni debe desatender. Ante todo, la concentración única en la historia de Jesús implica que la catequesis debe recogerse principalmente en torno a la persona de Jesús para vivir completamente la secuela y la experiencia salvífica. En segundo lugar, comporta ver en la historia humana no una serie de eventos caóticos y absurdos, sino un horizonte de la presencia salvífica de Cristo, el Cordero inmolado, que guía la historia humana hacia su cumplimiento en el triunfo de la Jerusalén celestial. En conclusión, «el cristocentrismo significa recuperar en su totalidad e integridad la enseñanza de Jesús, sin glosas interpretativas espurias, de modo que Él sea el verdadero y único maestro de la existencia cristiana. Es lo que hacen los evangelios que, precisamente porque poseen una estructura esencialmente cristocéntrica, ocupan el centro del mensaje catequístico» (DGC n. 98).
8. La pedagogía de Jesús Maestro
El Directorio, en su tercera parte, dedicada a la pedagogía de la fe, «“Uno sólo es vuestro maestro, Cristo” (Mt 23, 10)», propone en apretada síntesis la obra formadora de Jesús en relación a sus apóstoles y discípulos. Es un verdadero y propio programa catequístico para aplicar en todas sus articulaciones: «Jesús ha prestado atento cuidado a la formación de los discípulos que ha enviado en misión. Se ha propuesto a ellos como el único Maestro y a la vez amigo paciente y fiel, ha ejercitado una verdadera enseñanza mediante toda su vida; estimulándoles con oportunas preguntas, les ha explicado en modo más profundo cuanto anunciaba a la multitud, los ha introducido a la oración, los ha enviado a hacer un aprendizaje misionero, les ha prometido y luego enviado al Espíritu de su Padre para que les guiase a toda la verdad y los sostuviese en los inevitables momentos difíciles. Jesucristo es “el Maestro que revela Dios a los hombres y el hombre a sí mismo; el Maestro que salva, santifica y guía, que está vivo, habla y sacude, conmueve, corrige, juzga, perdona, camina todos los días con nosotros por la vía de la historia; el Maestro que viene y que vendrá en la gloria”. En Jesús, Señor y Maestro, la Iglesia encuentra la gracia trascendente, la inspiración permanente, el modelo convincente para toda comunicación de la fe» (DGC n. 137).
Esta articulada y ejemplar pedagogía de Jesús, presente en su riqueza y verdad en las fuentes neotestamentarias, no hace otra cosa sino continuar la “pedagogía de Dios” mediante la perfección y la eficacia ínsitas en la novedad de la persona de Cristo. Es este incomparable tesoro de «pedagogía de la fe» (DGC n. 141), atestiguado en la historia de innumerables figuras de catequistas y de santos, que la Iglesia debe transmitir a las generaciones cristianas contemporáneas. La catequesis eclesial debe, por tanto, coger a manos llenas esta pedagogía de la encarnación. Sin la memoria viva y vivificante de la pedagogía de Jesús la catequesis no puede hacer que se abran las flores de la fe, de la piedad, de la misión y de la santidad. Una catequesis sin memoria cristológica es árida como un desierto.
9. La «valencia espiritual» de la catequesis
Si el objetivo de la catequesis es poner al bautizado en comunión e intimidad con Jesús y hacer madurar esta conformidad con Cristo (cf DGC n. 80), entonces la catequesis asume una fuerte connotación espiritual. De escuela de conocimiento y de profundización del misterio de Jesús, viene a ser experiencia de conformación con Cristo en la gracia del Espíritu (cf DGC n. 142). Esto es enunciado abiertamente, por ejemplo, en la última parte del Directorio, la quinta, donde se habla de la formación de los catequistas. Su labor, por una parte, debe culminar en ayudar al catequizando a identificarse con Jesucristo y, por otra, debe inducir a los mismos catequistas a vivir una profunda familiaridad con Jesús. Se trata de un verdadero y propio programa de formación espiritual tanto para el catequizando como para el catequista: «La finalidad cristocéntrica de la catequesis, que busca favorecer la comunión del convertido con Jesucristo, impregna toda la formación de los catequistas. Lo que efectivamente persigue la catequesis no es otra cosa sino conducir el catequista a saber animar con eficacia un itinerario catequístico en el cual, a través de las necesarias etapas, anuncie a Jesucristo, haga conocer su vida encuadrándola en la entera historia de la salvación, explique el misterio del Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros, ayude, finalmente, al catecúmeno o al catequizando a identificarse con Jesucristo mediante los sacramentos de la iniciación. En la catequesis permanente, el catequista no hace otra cosa sino profundizar estos aspectos fundamentales. Esta perspectiva cristológica incide directamente en la identidad del catequista y en su preparación. La unidad y la armonía del catequista se han de leer justamente en esta óptica cristocéntrica y han de ser construidas en torno a una profunda familiaridad con Cristo y con el Padre, en el Espíritu» (DGC n. 235).
La implicación espiritual lleva a cumplimiento la finalidad de la catequesis, que trata de inducir a la persona humana a la comunión con Jesucristo. Más aún, la experiencia humana del Hijo de Dios encarnado llega a ser paradigma de formación catequética: «Por tanto, todo lo que Cristo ha vivido, él hace que nosotros podamos vivirlo en él y que él lo viva en nosotros. La catequesis obra por medio de esta identidad de experiencia humana entre Jesús maestro y discípulo, y enseña a pensar como Él, a obrar como Él, a amar como Él. Vivir la comunión con Cristo es hacer la experiencia de la vida nueva de la gracia» (DGC n. 116).
La catequesis puede decirse terminada cuando el discípulo llega «al estado del hombre perfecto, en la medida de la plena madurez de Cristo» (Ef 4, 13). Por este alcance de grande interioridad, la catequesis eclesial «tiene un inmenso patrimonio espiritual que ofrecer a la humanidad, en Cristo, que se proclama la vía, la verdad y la vida» (DGC n. 201).
Esto lleva consigo un esfuerzo formativo con el fin de lograr que los catequistas sean no sólo comunicadores de la recta doctrina –y esto es algo absolutamente fundamental y nunca suficientemente reafirmado–, sino también –y no es menos importante– testigos y maestros de vida espiritual. Se trata de una indicación de grande importancia.
1. Una valiosa trama cristológica
En el nuevo Directorio General para la Catequesis (DGC), del año 1997, la persona y la obra de nuestro Señor y único Salvador Jesucristo asumen un relieve muy particular. Las cinco partes del Directorio, en efecto, están atravesadas por una innegable trama cristológica, que da unidad, solidez y vitalidad a las indicaciones catequísticas.
Esta extraordinaria concentración cristológica está enunciada como tesis ya desde la Exposición introductoria, donde se afirma: «Respecto a la finalidad de la catequesis, que mira a promover la comunión con Jesucristo, es necesaria una presentación más equilibrada de toda la verdad del misterio de Cristo» (DGC n. 30). La catequesis de hecho está llamada a «anunciar los misterios esenciales del cristianismo, promoviendo la experiencia trinitaria de la vida en Cristo como centro de la vida de fe» (DGC n. 33). Más aún: «Es tarea propia de la catequesis mostrar quién es Jesucristo: su vida y su misterio, y presentar la fe cristiana como seguimiento de su Persona» (DGC n. 41). Como el texto del 1971, también este Directorio ofrece principios, criterios, orientaciones para una catequesis eclesial contemporánea, actualizada y dinámica.
Quiero ahora ofrecer una lectura transversal del documento, para evidenciar el sólido tejido cristológico, que constituye su característica más relevante y que debería establecer un puente de relación entre el Directorio General y los Directorios locales.
2. Jesús plenitud de la revelación, fuente primaria de la catequesis eclesial
En la primera parte, dedicada a la catequesis en la misión evangelizadora de la Iglesia, se resalta que, siendo la revelación «el acto mediante el cual Dios se manifiesta personalmente a los hombres» (DGC n. 36), se realiza «plenamente en Jesucristo» (DGC n. 40). La pedagogía reveladora de Dios, mediante acontecimientos, palabras, épocas y eventos históricos (cf DGC nn. 38 - 39), halla su cumplimiento y su plenitud en «Jesucristo, mediador y plenitud de la Revelación» (DGC n. 40).
La afirmación se justifica por el hecho de que Jesucristo no es sólo el más grande de los profetas, sino que es el Hijo eterno de Dios hecho hombre: por esto «con toda su presencia y con la manifestación de Sí mismo, con las palabras y con las obras, con los signos y los milagros, y especialmente con su muerte y su gloriosa resurrección de entre los muertos, y finalmente con el envío del Espíritu de verdad, lleva a cabo y completa la revelación» (DGC n. 40, citando DV n. 4). Jesús es «la Palabra única, perfecta y definitiva del Padre» (DGC n. 40) y por tanto «plenitud de revelación» (DGC n. 41).
En una breve nota el Directorio completa la fundamentación teológica con una pertinente consideración tomada de san Juan de la Cruz: «(Dios) nos ha dicho todo de una sola vez en esta su Palabra» (Subida al Monte Carmelo, 2, 22). El gran místico español, uniendo a la precisión teológica una prodigiosa intuición de actualidad, afirmaba: «En efecto, dándonos a su Hijo, que es su Palabra, la única que Él pronuncia, en ella nos ha dado todo de una sola vez y no tiene ya nada que manifestar» (ib. 2, 22, 3). Es decir, Dios «dándonos todo, o sea su Hijo, nos ha dado en Él todo lo que en parte había manifestado antiguamente a los profetas» (ib. 2, 22, 4).
3. Revelación cristológica y revelaciones
La insistencia del Directorio en subrayar en varios momentos el hecho de Jesucristo, plenitud y cumplimiento único de la automanifestación de Dios a la humanidad, se funda en una justificación muy precisa. Tiene por objeto preservar la catequesis católica de la contestación a la unicidad y a la universalidad reveladora y salvífica del misterio de Cristo, muy presente en nuestros días sobre todo en algunas zonas y en algunos autores de la teología de las religiones. En la laudable voluntad de salir al encuentro de la urgencia de la inculturación y del diálogo religioso, no falta quien pone al lado de la Revelación bíblica fundante del cristianismo otras tradiciones consideradas, incluso de iure igualmente válidas. Véase, por ejemplo, cuanto afirma Felix Wilfred sobre la revelación de Dios en las escrituras hinduistas: «Si Dios se manifiesta en y a través las experiencias religiosas e históricas indianas, como lo piensa la mayor parte de los teólogos indianos, entonces las
tradiciones y las experiencias son las vías concretas mediante las cuales el pueblo en este país puede experimentar y comprender lo que Dios ha revelado en Jesucristo» (Beyond Settled Foundations. The Journey of Indian Theology, Department of Christian Studies, University of Madras 1993, p. 243). Su conclusión es, por tanto, que, existiendo de hecho otras tradiciones religiosas que contendrían la revelación de Dios, habría que abrirse a una teología “integral” en la que la revelación cristiana sería sólo una parte, no el todo.
Aunque desde una perspectiva diversa, las mismas conclusiones parecen emerger de la reflexión teológica de Jacques Dupuis. Después de haber reafirmado que Jesús es la Palabra de Dios, afirma repetidamente que «esta revelación es, sin embargo, limitada, incompleta e imperfecta» (Verso una teologia del pluralismo religioso, Queriniana, Brescia 1997, p. 367; cf también 337338). La revelación de Jesús sería «progresiva», «diferenciada» y «complementaria» a la de otras religiones (Ib., 340-341), por el hecho de que la conciencia humana de Jesús habría sido limitada y no podría agotar la plenitud divina (cf ib., 337.367.439).
Para ayudar a la correcta redacción de los Directorios locales, me parece obligado ofrecer algunas indicaciones de respuesta a tales posiciones ruinosas. Que el lenguaje humano no pueda agotar el misterio de Dios, no implica que en el lenguaje humano de Jesús no se revele la totalidad de Dios en términos humanos. En Jesús se revela la totalidad del misterio divino, porque el sujeto revelante es el Verbo que, con lenguaje humano, expresa sea todo lo que el Padre ha establecido deba ser revelado, sea todo lo que a la humanidad es posible captar y expresar en lenguaje personal. La verdad de Dios no queda abolida ni reducida por ser dicha en lenguaje humano. La verdad única sobre Dios es avalada más por el hecho de que quien habla es el Hijo de Dios encarnado que por el lenguaje humano en que se expresa. Por esto, Jesús es el único y pleno revelador del Padre. Por esto, «no hay que esperar ninguna otra revelación pública» (DV n. 4). Por tanto, rechazando intencionalmente una cierta teología reductiva, que inevitablemente después desemboca en la catequesis, el Directorio, desde el inicio, advierte: «No falta un cierto número de bautizados que, sin embargo, ocultan su identidad cristiana… a causa de una malentendida forma de diálogo interreligioso» (DGC n. 26).
Se propone consiguientemente como columna central de la catequesis católica la completez, la centralidad y la universalidad salvífica de la revelación cristiana: «El hecho de que Jesús sea la plenitud de la revelación es el fundamento del “cristocentrismo” de la catequesis: el misterio de Cristo, en el mensaje revelado, no es un elemento más junto a otros, sino el centro a partir del cual todos los otros elementos se jerarquizan y se iluminan» (DGC n. 41). La Revelación de Dios, culminada en Jesucristo, está destinada a toda la humanidad: «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1Tm 2,4). En virtud de esta voluntad salvífica universal, «Dios ha dispuesto que la Revelación se transmita a todos los pueblos, a todas las generaciones y permanezca íntegra para siempre» (DGC n. 42).
4. Catequesis como pedagogía de conversión a Jesús
En el intento de delinear más ampliamente la naturaleza de la catequesis, el Directorio abre un horizonte rico en perspectivas existenciales. La catequesis no es sólo transmisión de proposiciones verdaderas, metodología o adaptación lingüística, sino educación del bautizado a vivir de fe, o sea, a decir “sí” a Jesús: «Este “sí” a Jesucristo, plenitud de la revelación del Padre, encierra una doble dimensión: el abandono confiado en Dios y el asentimiento amoroso a todo lo que Él nos ha revelado» (DGC n. 54). Creer en efecto hace una doble referencia, a la persona y a la verdad, por la confianza que se otorga a la persona que la afirma: «Encontrando a Jesucristo y adhiriéndose a Él, el ser humano ve colmadas todas sus aspiraciones más profundas; encuentra lo que siempre ha buscado y lo encuentra en modo sobreabundante» (DGC n. 55).
Esta entrega a Jesús en la fe implica convertirse a Él, vivir en su seguimiento, en comunión y en intimidad con Él: «La fe cristiana es, ante todo, conversión a Jesucristo, adhesión plena y sincera a la persona y decisión de caminar en su seguimiento. La fe es un encuentro personal con Jesucristo, es hacerse su discípulo. Esto exige esfuerzo permanente por pensar como Él, juzgar como Él y vivir como Él ha vivido» (DGC n. 53).
La adhesión a Jesucristo da paso a un proceso de conversión permanente, que dura toda la vida y que lleva al bautizado a la madurez de la plenitud de Cristo (cf DGC n. 56). Se trata de un itinerario que comporta diversas etapas: «el interés por el Evangelio, la conversión a Jesús, la profesión de fe en Él, el camino hacia la perfección» (DGC no. 57). «El “momento” de la catequesis es el que corresponde al período en que se estructura la conversión a Jesucristo, ofreciendo las bases a esa primera adhesión» (DGC n. 63).
5. Catequesis como educación a la comunión con Jesús
La catequesis está al servicio de la iniciación cristiana, pues los convertidos a Jesucristo, «educados en la fe por medio de la catequesis, al recibir los sacramentos de la iniciación cristiana: el bautismo, la confirmación y la eucaristía, son “liberados del poder de las tinieblas”…» (DGC n. 65). «La catequesis auténtica es siempre iniciación ordenada y sistemática a la revelación que Dios ha hecho de sí mismo al hombre en Cristo Jesús, revelación custodiada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras, y constantemente comunicada, mediante una traditio viviente y activa, de una generación a otra» (DGC n. 66, citando a la letra CT n. 22). Por esto, la catequesis de iniciación es «la profundización vital, orgánica del misterio de Cristo», que «favorece un auténtico seguimiento de Cristo, centrado en su Palabra» (DGC n. 67).
La catequesis como acción eclesial (cf DGC n. 78) tiene como finalidad la comunión con Jesucristo. Proponiendo CT n. 5, el Directorio afirma: «El objetivo definitivo de la catequesis es poner a uno, no sólo en contacto con Jesucristo, sino además en comunión, en intimidad con Él» (DGC n. 89). El fin de la catequesis no es sólo transmisión de conocimientos, sino experiencia de crecimiento, de maduración, de desarrollo de la vida en Cristo: Toda la acción evangelizadora va dirigida a favorecer la comunión con Jesucristo. A partir de la conversión “inicial” de una persona al Señor, suscitada por el Espíritu Santo mediante el primer anuncio, la catequesis se propone dar fundamento y hacer madurar esta primera adhesión. Se trata, por tanto, de ayudar a quien apenas se ha convertido a «…conocer mejor a este Jesús, en quien se ha abandonado: conocer su misterio, el reino de Dios que él anuncia, las exigencias y las promesas contenidas en su mensaje evangélico, las vías que él ha trazado para todo el que quiera seguirle. El bautismo, sacramento mediante el cual somos hechos conformes a Cristo, sostiene con su gracia esta acción catequética» (DGC n. 80).
Esta vida en Cristo implica la comunión trinitaria: «La comunión con Jesucristo, por su mismo dinamismo, impulsa al discípulo a unirse con todo aquello a lo que el mismo Jesús estaba profundamente unido: con Dios, su Padre, que lo había enviado al mundo, y con el Espíritu Santo, que le daba el impulso para la misión; con la Iglesia, su cuerpo, por la cual se dio a sí mismo, y con los hombres, sus hermanos, cuya suerte ha querido compartir» (DGC n. 81). De aquí se deduce que la catequesis lleva a la profesión de fe en la Trinidad, único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Es importante que la catequesis sepa unir bien la confesión de fe cristológica, “Jesús es el Señor”, con la confesión trinitaria, «creo en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, pues no son sino dos modos de expresar la misma fe cristiana. Quien se convierte a Jesús mediante el primer anuncio y lo reconoce como Señor inicia un proceso, ayudado por la catequesis, que desemboca necesariamente en la confesión explícita de la Trinidad» (DGC n. 82).
6. Las múltiples tareas de la catequesis
El Directorio resume las principales tareas de esta catequesis, que es sustancialmente cristológico-trinitaria. La catequesis debe ayudar a conocer, celebrar, vivir y contemplar el misterio de Cristo en una dimensión comunitaria y apostólica.
1) Ante todo, debe favorecer el conocimiento de la fe: «La catequesis debe conducir… a comprender progresivamente toda la verdad del proyecto divino, introduciendo a los discípulos de Jesucristo en el conocimiento de la Tradición y de la Escritura, que es la “ciencia sublime de Cristo” (Fil 3, 8)» (DGC n. 85).
2) Debe además animar la educación litúrgica y la celebración de los sacramentos: «En efecto, Cristo está siempre presente en su Iglesia, de modo especial en las acciones litúrgicas. La comunión con Jesucristo conduce a celebrar su presencia salvífica en los sacramentos y, particularmente, en la Eucaristía» (DGC n. 85). Hay también que insistir en la presencia real de Jesús después de la celebración del Sacrificio divino.
3) La catequesis debe hacer madurar y reforzar los hábitos virtuosos del bautizado mediante una coherente e iluminada formación moral: «La conversión a Jesucristo implica caminar en su seguimiento. La catequesis debe, por tanto, transmitir a los discípulos las actitudes propias del Maestro. De esta manera los discípulos emprenden un camino de transformación interior, en el que, participando en el misterio pascual del Señor, pasan del hombre viejo al hombre nuevo en Cristo. El sermón de la Montaña, en el que Jesús retoma el decálogo y le imprime el espíritu de las bienaventuranzas, es un punto de referencia indispensable en la formación moral, hoy tan necesaria» (DGC n. 85). El Directorio define esta formación moral como «esencialmente cristológica y trinitaria» (DGC n. 87). Aquí se abre el vastísimo campo de la educación del bautizado a que viva en armonía la lex credendi y la lex agendi, reconociendo a Jesús como el único Maestro de comportamiento y su doctrina como la luz que ilumina su peregrinación terrena con el esplendor saludable de verdad.
4) La catequesis debe promover la educación a la oración: «La comunión con Jesucristo conduce a los discípulos a asumir una actitud orante y contemplativa como la que tuvo el Maestro. Aprender a orar con Jesús es orar con los mismos sentimientos con los que Él se dirigía al Padre: la adoración, la alabanza, el agradecimiento, la confianza filial, la súplica, la admiración por su gloria» (DGC n. 85). Se recupera así el aspecto contemplativo del ser cristiano, que comporta formación continua y experiencia de fe radical en Dios y en su presencia providente en nuestra existencia y en nuestra humanidad. Es un reclamo imprescindible a una catequesis atenta a esta dimensión orante, que tanto fascina al hombre contemporáneo en busca de interioridad, de silencio, de armonía con la naturaleza, de contacto místico con el Absoluto.
Además de proponer estas finalidades clásicas de la catequesis –véanse, por ejemplo, las cuatro partes en que se divide el Catecismo de la Iglesia Católica– el Directorio añade otras dos finalidades de innegable relieve para la identidad cristiana en el tiempo presente: la educación a la vida comunitaria y a la misión.
5) La catequesis debe educar a la vida comunitaria, siguiendo el ejemplo de Jesús: «La vida cristiana en comunidad no se improvisa y hay que educar a ella con premura. Para este aprendizaje, la enseñanza de Jesús sobre la vida comunitaria, recogida en el evangelio de Mateo, requiere algunas actitudes que la catequesis deberá favorecer: el espíritu de simplicidad y de humildad…, la solicitud por los más pequeños…, la atención especial hacia los que se han alejado de la Iglesia…, la corrección fraterna…, la oración en común…, el perdón mutuo… El amor fraterno unifica todas estas actitudes» (DGC n. 86).
6) La catequesis, finalmente, debe iniciar a la misión: «Las actitudes evangélicas que Jesús sugirió a sus discípulos, cuando los inició a la misión, son las que la catequesis debe alimentar: ir en busca de la oveja perdida; anunciar y sanar al mismo tiempo; presentarse pobre, sin oro ni alforja; saber aceptar el rechazo y la persecución; poner la propia confianza en el Padre y en el apoyo del Espíritu Santo; no esperar otro premio que la alegría de trabajar por el Reino» (DGC n. 86). En correspondencia con la misión se subraya una correcta educación al diálogo interreligioso: «La catequesis mostrará que el lazo de la Iglesia con las religiones no cristianas es, en primer lugar, el del origen común y el del fin común del género humano, al mismo tiempo que el de las múltiples “semillas de la Palabra”, que Dios ha depositado en las religiones. La catequesis ayudará también a saber conciliar y, a la vez, a saber distinguir el “anuncio de Cristo” del “diálogo interreligioso”.
Estos dos elementos, al mismo tiempo que conservan su íntima relación, no se han de confundir ni considerar equivalentes. En efecto, “el diálogo no dispensa de la evangelización” (DGC n. 86). El diálogo es método para la misión y, de ninguna manera, puede confundirse con el fin. Sería la traición del euntes in mundum universum… (Cf Mc 16, 15; Mt 28, 29).
Los cuatro grandes capítulos de toda catequesis –conocer, celebrar, obrar, orar– son completados por la experiencia de la comunión y por el esfuerzo apostólico. Estas dos últimas tareas no son apéndices, sino aportaciones esenciales a la verificación existencial de la conversión continua a Jesús, vivida en la condivisión eclesial y en el testimonio apostólico.
7. El cristocentrismo radical de la catequesis
Con frecuencia el Directorio repite que la catequesis es «eminentemente cristocéntrica» (DGC n. 89, 98). Este cristocentrismo no hace sino proponer la esencia misma de la fe cristiana, que implica el “sí” a Cristo de todo bautizado. Es el cristocentrismo del mensaje evangélico: «Jesucristo no sólo transmite la palabra de Dios: Él “es” la Palabra de Dios. Por eso, la catequesis –toda entera– dice relación a Él. En este sentido, lo que caracteriza el mensaje transmitido por la catequesis es sobre todo el cristocentrismo» (DGC n. 98). Este cristocentrismo tiene un triple significado. Jesús es el centro de la catequesis, el centro de la historia, el único maestro de todo bautizado.
El cristocentrismo, por tanto, se entiende en un triple modo. «Significa, en primer lugar, que en el centro de la catequesis encontramos esencialmente una persona, la de Jesús de Nazaret, Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. En realidad, tarea fundamental de la catequesis es presentar a Cristo: todo lo demás, en referencia a Él. Lo que en definitiva favorece la catequesis es la secuela de Cristo, la comunión con Él: cualquier elemento del mensaje tiende a esto. En segundo lugar, significa que Cristo está “en el centro de la historia de la salvación”, presentada por la catequesis. En efecto, Él es el acontecimiento último hacia el cual converge toda la historia sagrada. Él, venido “en la plenitud del tiempo” (Gal 4,4), es “la llave, el centro y el fin de toda la historia”. El mensaje catequístico ayuda al cristiano a situarse en la historia y a injertarse activamente en ella, mostrando cómo Cristo es el sentido último de esta historia. El cristocentrismo significa finalmente que el mensaje evangélico no proviene del hombre, sino que es palabra de Dios… Por tanto, todo aquello que la catequesis transmite es “la enseñanza de Jesucristo, la verdad que Él comunica o, más exactamente, la Verdad que Él es”. El cristocentrismo obliga a la catequesis a transmitir lo que Jesús enseña sobre Dios, sobre el hombre, sobre la felicidad, sobre la vida moral, sobre la muerte… sin permitirse cambiar en nada su pensamiento» (DGC n. 98).
Este horizonte cristocéntrico comporta una triple atención que la catequesis no puede ni debe desatender. Ante todo, la concentración única en la historia de Jesús implica que la catequesis debe recogerse principalmente en torno a la persona de Jesús para vivir completamente la secuela y la experiencia salvífica. En segundo lugar, comporta ver en la historia humana no una serie de eventos caóticos y absurdos, sino un horizonte de la presencia salvífica de Cristo, el Cordero inmolado, que guía la historia humana hacia su cumplimiento en el triunfo de la Jerusalén celestial. En conclusión, «el cristocentrismo significa recuperar en su totalidad e integridad la enseñanza de Jesús, sin glosas interpretativas espurias, de modo que Él sea el verdadero y único maestro de la existencia cristiana. Es lo que hacen los evangelios que, precisamente porque poseen una estructura esencialmente cristocéntrica, ocupan el centro del mensaje catequístico» (DGC n. 98).
8. La pedagogía de Jesús Maestro
El Directorio, en su tercera parte, dedicada a la pedagogía de la fe, «“Uno sólo es vuestro maestro, Cristo” (Mt 23, 10)», propone en apretada síntesis la obra formadora de Jesús en relación a sus apóstoles y discípulos. Es un verdadero y propio programa catequístico para aplicar en todas sus articulaciones: «Jesús ha prestado atento cuidado a la formación de los discípulos que ha enviado en misión. Se ha propuesto a ellos como el único Maestro y a la vez amigo paciente y fiel, ha ejercitado una verdadera enseñanza mediante toda su vida; estimulándoles con oportunas preguntas, les ha explicado en modo más profundo cuanto anunciaba a la multitud, los ha introducido a la oración, los ha enviado a hacer un aprendizaje misionero, les ha prometido y luego enviado al Espíritu de su Padre para que les guiase a toda la verdad y los sostuviese en los inevitables momentos difíciles. Jesucristo es “el Maestro que revela Dios a los hombres y el hombre a sí mismo; el Maestro que salva, santifica y guía, que está vivo, habla y sacude, conmueve, corrige, juzga, perdona, camina todos los días con nosotros por la vía de la historia; el Maestro que viene y que vendrá en la gloria”. En Jesús, Señor y Maestro, la Iglesia encuentra la gracia trascendente, la inspiración permanente, el modelo convincente para toda comunicación de la fe» (DGC n. 137).
Esta articulada y ejemplar pedagogía de Jesús, presente en su riqueza y verdad en las fuentes neotestamentarias, no hace otra cosa sino continuar la “pedagogía de Dios” mediante la perfección y la eficacia ínsitas en la novedad de la persona de Cristo. Es este incomparable tesoro de «pedagogía de la fe» (DGC n. 141), atestiguado en la historia de innumerables figuras de catequistas y de santos, que la Iglesia debe transmitir a las generaciones cristianas contemporáneas. La catequesis eclesial debe, por tanto, coger a manos llenas esta pedagogía de la encarnación. Sin la memoria viva y vivificante de la pedagogía de Jesús la catequesis no puede hacer que se abran las flores de la fe, de la piedad, de la misión y de la santidad. Una catequesis sin memoria cristológica es árida como un desierto.
9. La «valencia espiritual» de la catequesis
Si el objetivo de la catequesis es poner al bautizado en comunión e intimidad con Jesús y hacer madurar esta conformidad con Cristo (cf DGC n. 80), entonces la catequesis asume una fuerte connotación espiritual. De escuela de conocimiento y de profundización del misterio de Jesús, viene a ser experiencia de conformación con Cristo en la gracia del Espíritu (cf DGC n. 142). Esto es enunciado abiertamente, por ejemplo, en la última parte del Directorio, la quinta, donde se habla de la formación de los catequistas. Su labor, por una parte, debe culminar en ayudar al catequizando a identificarse con Jesucristo y, por otra, debe inducir a los mismos catequistas a vivir una profunda familiaridad con Jesús. Se trata de un verdadero y propio programa de formación espiritual tanto para el catequizando como para el catequista: «La finalidad cristocéntrica de la catequesis, que busca favorecer la comunión del convertido con Jesucristo, impregna toda la formación de los catequistas. Lo que efectivamente persigue la catequesis no es otra cosa sino conducir el catequista a saber animar con eficacia un itinerario catequístico en el cual, a través de las necesarias etapas, anuncie a Jesucristo, haga conocer su vida encuadrándola en la entera historia de la salvación, explique el misterio del Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros, ayude, finalmente, al catecúmeno o al catequizando a identificarse con Jesucristo mediante los sacramentos de la iniciación. En la catequesis permanente, el catequista no hace otra cosa sino profundizar estos aspectos fundamentales. Esta perspectiva cristológica incide directamente en la identidad del catequista y en su preparación. La unidad y la armonía del catequista se han de leer justamente en esta óptica cristocéntrica y han de ser construidas en torno a una profunda familiaridad con Cristo y con el Padre, en el Espíritu» (DGC n. 235).
La implicación espiritual lleva a cumplimiento la finalidad de la catequesis, que trata de inducir a la persona humana a la comunión con Jesucristo. Más aún, la experiencia humana del Hijo de Dios encarnado llega a ser paradigma de formación catequética: «Por tanto, todo lo que Cristo ha vivido, él hace que nosotros podamos vivirlo en él y que él lo viva en nosotros. La catequesis obra por medio de esta identidad de experiencia humana entre Jesús maestro y discípulo, y enseña a pensar como Él, a obrar como Él, a amar como Él. Vivir la comunión con Cristo es hacer la experiencia de la vida nueva de la gracia» (DGC n. 116).
La catequesis puede decirse terminada cuando el discípulo llega «al estado del hombre perfecto, en la medida de la plena madurez de Cristo» (Ef 4, 13). Por este alcance de grande interioridad, la catequesis eclesial «tiene un inmenso patrimonio espiritual que ofrecer a la humanidad, en Cristo, que se proclama la vía, la verdad y la vida» (DGC n. 201).
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